
El título de una película en la que los Estados Unidos de America se ve una mañana invadida por el ejército de la extinta URRSS que en paracaídas caen sobre una ciudad que invaden y pasan a controlar mientras que los ciudadanos más avispados y audaces se refugian en las montañas y forman la guerrilla y finalmente la resistencia a la invasión.
Tan sorprendente guión, imposible de hacerse realidad entonces y ahora, me hace reflexionar sin embargo en todos aquellos días en los que, como dicen en esta tierra, “mejor no haberse levantado”, pues una lluvia de meteoritos, tus peores enemigos, un volcán en erupción o cualquier otra catástrofe inimaginable se desencadena en nuestras vidas provocando un impacto extintivo de nuestro modus vivendi que de pronto desaparece.
Hay quien perdió el trabajo, fue despedido, se arruinó por una crisis económica internacional, quien fue abandonado en el matrimonio o en una residencia de la tercera edad, quien pierde por enfermedad o accidente a un ser querido, cuando nos diagnostican una enfermedad terminal o incurable…puedo seguir. Estamos llenos, llenos de situaciones que pueden afectar nuestra vida de una manera determinante y pese a ello consideramos que lo que tenemos será para siempre. No nos damos cuenta de la realidad, de la impermanencia, la la ley de la impermanencia. De que todo es evolución, transformación, al igual que el día y la noche, que desaparecen, o las estaciones del año.
Nuestra mente ha decretado la solidez de cuanto creamos y construimos y nos adueñamos. Nuestra salud, nuestro patrimonio material e inmaterial, nuestra fama y prestigio, nuestro talento e intelectualidad. De todo nos apropiamos y nuestra mente nos hace dueño y señor de todo este reino de naipes que un día, ante un imprevisto se viene abajo, pues siempre se viene abajo con la muerte, que es nuestro destino. Esa pretendida solidez no es natural, más bien se trata de un fluido, como un rio que siempre lleva agua pero nunca la misma y de la misma forma. Hoy se nos da para que mañana se nos quite.
Pero seguimos educando una mente posesiva y poseedora en vez de una mente flexible y acogedora que abre los brazos para acoger todo cuanto acontezca en la vida, que es capaz de soltar lo que ya está muerto, que es capaz de prepararse para cualquier infortunio y que está siempre abierta a nuevos planteamientos, ideas, conceptos…una mente abierta al universo, a Dios. Sin prejuicios. Una mente de principiante y una actitud de aprendiz. Mientras no logremos entrenar y educar a nuestra mente en este paradigma del cambio permanente, de la Ley de la Impermanencia, nos encontraremos con sorprendentes amaneceres rojos en nuestras vidas.
La diferencia estribará en que el grado de desesperación y ansiedad que tal situación generará. Mientras que quien se haya aferrado a lo que su mente identifica como propio y lo pierda perderá con ello parte de la vida, más quien haya entrenado su mente para la impermanencia afrontará el infortunio como un momento nuevo, una etapa en la que ha de aplicarse en el aprendizaje de vivir desde otro lado, de otra manera. Pero mientras tanto la vida se presentará como una agotadora carrera por mantener intacto lo que creo tener frente a quien disfrutará de la vida como de una montaña rusa en la que aparecerán diferentes momentos, no todo ellos agradables.
Con la Inteligencia Emocional y otras disciplinas y sabidurías se está alcanzando niveles de entrenamiento mental y emocional adecuados para que exista resiliencia y asertividad en nuestras vidas, gocemos de esa maleabilidad del fluir continuo, en un abandonarse en la manos de Dios y de su Providencia, aprendiendo a aceptar lo que hay dejando a un lado deseos y apegos que tanto nos hacen sufrir como decía Buda.
Un amanecer será un amanecer pase lo que pase y la serenidad será el estado más cotidiano en la seguridad de que todo, todo lo que ocurra, es la mejor de las posibles opciones en el Universo para mi destino.
Si parece increíble sólo es fruto de una mente que no está entrenada para gozar de la libertad que da saberse asistido en todo momento por una voluntad superior que todo lo alcanza y un deseo de control de todo cuanto acontece y ocurre que no nos deja evolucionar hacía cotas de desarrollo personal superior y de las que todas las religiones y filosofías nos hablan.
Prepararnos y educarnos para evolucionar hacía cotas de desarrollo personal superiores es nuestra misión en el siglo XXI donde lo tecnológico, después de lo industrial, nos hacen avanzar en el desarrollo social económico hacía maneras y formas de organización y comunicación nunca vistas.
Todo a nuestro alrededor ha cambiado y es momento de que también lo haga el hombre y la mujer. Gracias a la neurociencia es posible constatar como otra manera de vivir es posible, desde la mente, desde el corazón. Si nos negamos a evolucionar un día nos levantaremos en un verdadero “amanecer rojo” y no sabremos cómo responder y vivir en un nuevo orden que se nos impone y exige.