
La mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que nos encontramos en una situación general difícil.
Mediante un análisis más detallado identificamos diferentes aspectos:
desde el económico que está íntimamente relacionado con la falta de trabajo remunerado, pasando por el plano político y social en nuestro país y en el mundo en general – todavía recordamos las imágenes recientes en el Congreso en Washington–;
y también el plano moral y ético, de solidaridad y responsabilidad personal, el incremento de los contagios por el COVID-19, con el imparable crecimiento actual de la pandemia en todo el mundo, a causa de las imprudencias en las fiestas sin control, son algunas de las demostraciones más conocidas.
Frente a esto hay dos posturas extremas: una de ellas es abandonarse a la situación esperando que “alguien” la arregle o que “se arregle sola”. La otra postura es “tomar el toro por los cuernos” y solucionar las situaciones individuales y mostrar solidaridad para ayudar a los demás para solucionar las dificultades de cada uno, sin excusarse diciendo que el problema es la situación general y en esa nada podemos hacer.
En el aspecto económico, íntimamente ligado con el campo del trabajo y la actividad profesional, para buscar esa “solución” – sobre todo entre los senior que están siendo expulsados del trabajo remunerado por cuenta ajena – la alternativa es el emprendimiento.
Emprender es una actividad que necesita un ambiente de libertad para poder elegir lo que uno quiere, un ambiente de confianza en el individuo y de su capacidad de toma de riesgos.
Emprender es algo que requiere del respeto hacia la persona y la familia, entorno donde muchas veces se desarrolla la actividad, por encima del concepto de las sociedades civiles y del estado como ente público y comunitario.
Desgraciadamente, hay tres niveles donde esta decisión de emprendimiento se ve dificultada y donde se desaniman aquellos que se la plantean: NIVEL PÚBLICO, NIVEL PRIVADO y NIVEL PERSONAL.
NIVEL PÚBLICO
El estamento más genérico es el político, donde estrategias en contra de la iniciativa privada – tanto a nivel individual como de asociación civil – lleva a regímenes que dificultan cualquier intento privado, y sin embargo se potencian actividades públicas que ahogan las privadas. Una de las diferencias importantes es que las actividades privadas se hacen con recursos de los individuos y las públicas se hacen con los recursos e impuestos de todos y que ahoga esa iniciativa y capacidad de emprendimiento individual y familiar, tan necesaria cuando se buscan soluciones de verdad.
Por tanto, el emprendimiento requiere respeto por la diferencia entre los logros de las personas en función de su capacidad de esfuerzo, de sus capacidades e inteligencias particulares, y haciendo ridícula la pretensión de que todos somos iguales en cualquier momento y tras la comparación de gente que trabaja y arriesga, con respecto a otros que esperan solamente un “papá estado” para ver solucionados todos sus problemas.
Por eso es fácil entender que, en esos regímenes, solo hay dos grupos: o eres político – y te conviertes en dictador – , o pasas a ser parte de la masa – es mejor no pensar y solo obedecer–.
Por ello, esos gobiernos castigan a los locos emprendedores, imponiéndoles unos impuestos y trámites administrativos que le hagan olvidarse o fracasar en sus intentos, para que se conviertan en trabajadores públicos, controlados y dóciles a las instrucciones que le llegan de los mandamases, a los que ni les importa la masa, ni van a permitir que nadie trate de destacar y decidir lo que quiere. Esto sería muy peligroso y daría lugar al “efecto llamada” de que alguien tuviera un éxito significativo y animase al resto a intentarlo.
Autor: Carlos Molina.