Llevamos décadas hablando del trabajo en equipo, unas veces con experiencia positivas y otras con experiencias negativas. Hay organizaciones que han sido capaces de formar y trabajar con auténticos equipos. Los resultados lo avalan.
Por el contrario, hay otras que confunden equipo con grupo sin llegar a percibir la diferencia. Los resultados también las retratan. En unas hay buen ambiente de trabajo y en otras el clima es manifiestamente mejorable.
Con la experiencia de haber trabajado a lo largo de mi carrera profesional en varias empresas he podido vivir en persona y en directo como se trabaja con varias personas a la vez. En unas me he sentido miembro activo de un equipo y en otras he tenido la sensación de arroparme en un grupo. Hay mucha diferencia.
Aquí te dejo ocho reflexiones que tal vez te puedan ayudar a pensar si debes cambiar algo de lo que haces actualmente cuando te pones a trabajar con tus colegas:
1º.- Amistad. Es un valor que cotiza a la baja. Hoy la gente tiene muchos amigos digitales y muy pocos analógicos. La mayor parte de las personas se comunican por vía digital y muy pocos lo hacen de manera directa y personal, es decir cara a cara. ¿A que la mayoría de la gente te felicita en tu cumpleaños por WhatsApp y no por teléfono? Es un síntoma.
La amistad no es fácil, pero sin duda se puede conseguir. A poco que pongamos de nuestra parte el camino se suaviza. Una felicitación por algún logro; un interés por la familia; una llamada cuando estás enfermo; un mirarte a los ojos y preguntarte ¿qué te pasa?; un “afterwork”; una comida amigable… En fin, hay infinitas maneras de “provocar” la amistad y cuando se consigue con tus compañeros de trabajo, las cosas se ven de otra manera. Te sientes entendido, arropado, apoyado y ves al equipo como algo que te ayuda a ser tú mismo.
2º.- Humildad. No podemos ir por la vida pensando que somos los mejores, que soy el que da vida al equipo, que sin mi ¿a dónde van a ir? No soy superior a los demás, soy uno más del equipo y, en consecuencia, debo dejar la arrogancia en el perchero de la oficina. Hay que ver a los que me rodean como personas y no como “peldaños”. El éxito es de todos y, aunque yo haya marcado el gol, alguien me ha tenido que dar la asistencia. Dejar de pensar en uno mismo y centrarse en los demás es una muestra de madurez. No seamos el “sabelotodo”
3º.- Compromiso. Si no hay un firme propósito de aceptar, como si fueran mías, las decisiones que se toman como “equipo” estaríamos faltando a la esencia de lo que es trabajar juntos. Habrá diferentes puntos de vista, lo que sin duda engrandece a todos, pero la visión de conjunto es absolutamente necesaria. Cuando uno sale de una reunión con la sensación de que he perdido o he ganado debe preguntarse ¿Por qué tengo esa sensación? Si es honesto, la respuesta le estará dando señales de que algo está fallando. Objetivo común, esfuerzos en común, resultados en común… El éxito es de todos, el fracaso también…
4º.- Pertenencia. Sentirte parte del equipo es vital. Si estás fuera de juego, malo. A veces la autoestima, el victimismo, la soberbia, la timidez… y otras muchas circunstancias pueden hacerte que te sientas distante. Es difícil trabajar con compañeros cuando no te sientes acogido, por eso es muy saludable que te preocupes de incorporar a los que participan menos. Dar “feedback” es el mayor regalo que le puedes hacer a un amigo. Es fácil ver quien necesita ayuda para que se sienta más confortable y pueda aportar como los demás.
5º.- Participación. La aportación a un Comité de Dirección por parte de sus miembros es espectacular. Fíjate: marketing, ventas, finanzas, recursos humanos, producción, ingeniería, logística…todos y cada uno aportando su conocimiento especifico. Es la mejor universidad. Si todos se respetan y escuchan las aportaciones de áreas funcionales diferentes ¿no estás en el mejor lugar para aprender? Eso sí, hay que ser muy colaborativo sin dejarte información en el cajón por si los demás van a saber tanto o más que tu. Deja tu conocimiento encima de la mesa y verás como los demás te lo agradecen. Es la mayor prueba de que confías en tu “equipo”.
6º.- Escucha. No quieras ser siempre el que lleva la voz cantante. Escuchar da muchas más posibilidades de avanzar. Espera a que el otro termine su exposición para intervenir tú. No seas como esos tertulianos de radio o televisión que hablan todos al mismo tiempo sin escucharse. Para comprender el porqué de una propuesta es necesario dejar hablar con tranquilidad. Una vez conocidos todos los pormenores es la ocasión de dar nuestro punto de vista. Este es el momento en que el equipo empieza a aportar valor.
7º.- Respeto. Mas arriba he hablado de lo fantástico que es aprender de todos los departamentos, pero ¡ojo! Respeta al experto. Si el Director de Marketing presenta su campaña para la nueva temporada, no empieces a ponerle objeciones. Por un momento piensa el trabajo que durante muchos meses se ha llevado a cabo con la agencia de publicidad para lanzar los nuevos productos, para que tú en un minuto y sin conocimiento se los tumbes. Ese no es el camino. Dar opinión positiva y constructiva, sí.
8º.- Simplicidad. Hacer lo difícil de manera fácil es un arte. Hay que ir al grano y no perderse en generalidades y vaguedades. El tiempo es más que oro, es vida. Menos “PowerPoint” y más ideas creativas y prácticas. Reducir las reuniones al mínimo indispensable es una forma de ser eficaces. Hacer la vida de trabajo más sencilla es apostar por la productividad y el beneficio. La oficina sin papeles es una buena idea, pero aún mejor es ser claros, concisos y convincentes en nuestras propuestas. Lo sencillo aporta más al negocio que esos largos procesos ancestrales y caducos.
En fin, aquí te dejo estas ocho reflexiones que yo aprendí durante muchos años de vida profesional.