Parafraseando el conocido dicho de que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, me atrevo a proponer este título.
Ningún emprendedor o emprendedora puede acometer un proyecto sin tener una idea que vender. Puede parecer obvio, pero no siempre se ha reflexionado suficientemente sobre una idea inicial brillante. Es necesario estructurarla de forma adecuada, sea un producto o un servicio. No se puede construir un “business plan” en el aire, sin este requisito previo.
Esa idea surgirá de pronto, como caída del cielo, o será fruto de un trabajo sistemático de reflexión. Lo primero es poco corriente. Lo habitual es lo segundo. Será necesario estimular la creatividad y eso supone un esfuerzo. Al éxito se llega con un 1% de inspiración y un 99% de transpiración. La idea suele llegar como consecuencia de un proceso estructurado de trabajo. Y lo importante es que nos llegue mientras estamos en ese proceso.
Hay estudios que indican que la creatividad se despierta por la noche. En esos momentos no podemos ponernos a trabajar activamente, pero sí podemos tomar nota de la idea y desarrollarla después. Para ello, podemos utilizar distintas técnicas que faciliten que esas ideas fluyan en nuestra mente cuando estamos despiertos y “con la escopeta cargada”.
Steve Jobs dijo que “la creatividad consiste sólo en conectar las cosas”. Para conseguir esa conexión podemos valernos de distintas herramientas, muchas de ellas muy conocidas (brainstorming, brainstorming inverso, método de los seis sombreros…) y otras menos (Da Vinci, Moliere…). Estas últimas llevan el nombre de quien se dice que son sus autores, aunque quizás no sea verdad y sólo se las llama así para que tengan un mayor prestigio. Pero muy bien podrían serlo porque son muy sencillas y los grandes hombres muchas veces se basan en lo más sencillo.
Si pudiéramos meter todas esas técnicas en una coctelera que uniera y simplificara todo para al final obtener y desarrollar una idea, nos saldría un método cargado de sentido común que podría ser algo como lo siguiente.
Tras escribir la idea que se nos ha ocurrido, inmediatamente, hay que permitirse imaginar todo lo relacionado con ella. Dejar volar la imaginación con absoluta libertad poniéndose un límite de tiempo (10 minutos, por ejemplo). Hay que soñar y jugar con la idea como juegan los niños, sin ningún tipo de prejuicio. Los niños no los tienen porque no se sienten seguros de sí mismos. Es la seguridad lo que mata la creatividad. ¡No!, hay que experimentar como si no supiéramos nada de nada. Esto es difícil, pero es esencial. Y hay que hacerlo con pasión porque detrás de ese esfuerzo “puede estar tu futuro”.
A continuación, dibujamos lo que nos venga a la cabeza, lo que nos evoque la idea: sensaciones y sentimientos. No tiene que ser un cuadro para exponer en un museo sino algo que represente cómo vemos nuestra idea. No importa lo que los demás puedan pensar. Después, los dibujos se analizan para evaluar su sentido y se relacionan entre sí para expresar lo que no se puede representar con palabras (“una imagen vale más que mil palabras”).
Luego pasamos a una actividad más cómoda, porque estamos más acostumbrados a hacerlo: la reflexión. Reflexión a corto, inmediata y sopesada. Y también reflexión a más largo plazo, para ganar perspectiva. Debemos identificar ventajas, inconvenientes, aspectos a mejorar, posibles alternativas. Hay que valorar todo desde un enfoque idílico y desde otro realista, siempre con espíritu crítico.
Posteriormente escucharemos a personas no relacionadas con el proceso para que nos aporten su visión y posibles nuevos enfoques, valorando sus opiniones, asumiéndolas cuando proceda y mejorándolas si es posible.
Por último, antes de actuar, resumimos lo hecho, lo ponemos en orden; identificamos posibles problemas y objeciones, incluyendo la insuficiencia de recursos; pensamos en alternativas y establecemos procesos de control y revisión.
No hay que buscar la perfección desde el principio. Con el rodaje todo se irá puliendo. Se aprende de los éxitos y también de los fracasos. Si tienes éxito, “no te duermas en los laureles”. Actualiza y mejora permanentemente. Si fracasas, levántate y retoma esa idea alternativa que inicialmente desechaste pero que ahora cobra nueva fuerza. El fracaso es sólo la excusa para volver a empezar y ser mejores.
Parece y puede ser sencillo. Pero como todo en la dura, aunque enriquecedora, vida del emprendedor, se puede y se debe entrenar. ¿En 50Pro? Es una de las mejores opciones.