
La creación de riqueza tiene su base principal en la acción de emprender. Un proceso basado en las expectativas positivas de personas que producen bienes y servicios que mejoran el bienestar y generan puestos de trabajo.
En un texto reciente, aparecido en el diario ABC, Lorenzo Amor, presidente de la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos (ATA), escribía unas palabras que vale la pena transcribir. Decía: “El futuro de España son 500.000 autónomos, ventana de oportunidad en Europa” y algo más adelante destacaba lo necesario de “…hacer las cosas de forma distinta y convertirse en un eje fundamental de la modernización e innovación y en la máxima expresión del modelo social europeo…” (ABC, 14/7/2016).
Las palabras de Amor, además de llamar la atención sobre una de las prioridades de nuestra sociedad, ponen de manifiesto una situación que, aunque conocida, no recibe la suficiente atención, lo que es muy preocupante en estos días, cuando, al mismo tiempo, los líderes políticos de nuestro país, son, tras muchos meses, incapaces de buscar coaliciones y soluciones para aclarar el marco de actuación de quienes generan el empleo, es decir, las empresas y los ciudadanos que en ellas trabajan.
En ocasiones el énfasis en fomentar el emprendimiento por parte de los poderes públicos tiene unos rasgos muy discutibles, al intentar transferir una responsabilidad a personas y profesionales que, al mismo tiempo, sufren una fiscalidad excesiva, junto a regulaciones de varias Administraciones superpuestas.
Junto a lo anterior, España, al igual que otros países, sigue una evolución demográfica a la que tampoco se le presta la atención suficiente, fuera de titulares coyunturales vinculados al sistema de pensiones: Se trata del aumento de la esperanza de vida, libre de discapacidad y de una baja tasa de natalidad.
Lo anterior, no es novedad y está en la misma línea de lo que ocurre en otras economías avanzadas.
Vivir más años es un triunfo de la ciencia y de la medicina, pero obliga a cambiar muchos aspectos de lo que hoy parece normal e inamovible, en términos de proyecto de vida.
Ya no es posible plantear como normal y deseable, una trayectoria vital basada en tres etapas: una de aprendizaje, otra de trabajo productivo y una tercera de jubilación, percibiendo pensiones, siendo la última cada vez más larga, por el ya citado aumento de la longevidad.
Si la esperanza de vida se prolonga, debemos cambiar la forma en que se entiende el trabajo, la formación, el emprendimiento y los años productivos a efectos económicos.
Deberá prolongarse la vida laboral, las personas deberán formarse durante toda la vida y la acción de emprender, debe protegerse, sin dudas ni reservas mentales, creando un entorno que favorezca la innovación con la aparición de nuevas figuras, una de ellas el emprendedor de más de 50 años.
Cuando se plantean cuestiones de este tipo, suele producirse, en respuesta, un silencio carente de creatividad alguna, por parte de los llamados agentes sociales.
Unos lo toman como una complicación añadida que puede complicar la gestión de las plantillas, otros lo interpretan como una posible pérdida de derechos sociales (trabajar más años) y para las organizaciones políticas, es un tema que no produce votos en el corto plazo y, por lo tanto, se cae de las agendas que conforman el debate.
[dt_sc_blockquote type=”type1″ align=”center” textcolor=”#2f7cbf”]Se requiere atención e imaginación. En primer lugar una tolerancia cero ante la discriminación por edad, tanto en el mercado laboral como en el de los valores sociales y estéticos.
[/dt_sc_blockquote]Como segunda línea de actuación, el fomento de los emprendedores de más edad que aportan criterio y conocimiento y desmienten con sus aportaciones, los mitos y lugares comunes que todavía se aceptan con escasa discusión y que forman parte de los anclajes culturales en los que se asienta la citada discriminación.
Junto a lo anterior, es necesario destacar que todo profesional, o mejor, en sentido más amplio, toda persona, debe seguir formándose cada día en todas las etapas de la vida, lo cual tendrá efectos positivos en lo económico, en lo social y, no menos importante, en el mantenimiento de unos buenos estándares cognitivos que deberían formar parte de los indicadores de bienestar económico de una sociedad avanzada.
Autor: Joaquín Solana (Economista)
[dt_sc_hr_medium]Referencias:
– Cappelli, P.; Novelli, B. (2010) Managing the Older Worker: How to Prepare for the New Organizational Order. Boston. Harvard Business Review Press.
– Economist Intelligence Unit (2014) Is 75 the new 65?. Rising to the challenge of an ageing work force. The Economist.
– Molina, C. (2016) ¿Hay vida después de los 50?: Diez claves. Madrid. Editado por 50Pro
– Susskind, R.; Susskind, D. (2015) The future of professions. How technology will transform the work of human experts. New York. Oxford University Press